Convertir en un juego la libertad ilimitada de la propia imaginación —con reglas, pero al mismo tiempo mantenerla en sus infinitas posibilidades— era el objetivo de los primeros juegos de rol que surgieron a finales de los años setenta y principios de los ochenta.
Algunos de los niños y niñas que habían crecido con los libros de Tolkien y compañía inventaron sus propios mundos fantásticos a principios de los años ochenta. Sin embargo, no escribieron historias inalterables, sino que tuvieron una idea nueva y revolucionaria: cada uno debería tener la oportunidad de crear sus propios héroes y vivir aventuras con ellos, y esto sólo con lápiz, papel, dados y su propia imaginación. Nacieron los juegos de rol (lápiz y papel). Situados a medio camino entre el libro, el juego de mesa y la obra de teatro, cautivaron a más y más jugadores a lo largo de las décadas.